Hay crisis que no nacen del hecho en sí, sino del ruido que lo envuelve. Cuando ocurre una situación inesperada, sin contexto claro, sin información oficial, sin una narrativa construida con evidencia, lo que se impone no es la verdad, es la bulla. Esa mezcla de especulación, teorías sueltas, comentarios sin filtro y necesidad de explicación inmediata que, lejos de ayudar, desorienta y enreda.
En los momentos de tensión colectiva, todos parecemos convertirnos en analistas, voceros, testigos y jueces. Todos queremos tener la versión más “cercana”, la teoría más “creíble”, el ángulo que lo explica todo. Pero lo que olvidamos es que cuando no hay verdad confirmada, lo que circula es ruido. Y el ruido, aunque parezca inofensivo, puede ser tan destructor como el silencio negligente.
El caso reciente de las niñas del colegio Los Nogales es un ejemplo elocuente. En medio del dolor, la incertidumbre y la necesidad legítima de respuestas, lo que más daño hizo fue la bulla. Opiniones apresuradas, versiones sin sustento, hipótesis desinformadas. La conversación pública se contaminó de tal forma que la verdad quedó enterrada bajo capas de ansiedad colectiva.
«Cuando la verdad no ha hablado, lo más estratégico —y lo más humano— es saber callar.»
En crisis como estas, la ética comunicativa debería guiarnos con los tres filtros de Sócrates: ¿Es verdad lo que voy a decir? ¿Es útil? ¿Es bondadoso? No para imponer silencio, sino para promover prudencia. En tiempos donde cualquier mensaje puede volverse viral en segundos, el silencio responsable también es una forma de cuidado.
Opinar sin saber no es libertad de expresión, es irresponsabilidad. Compartir sin verificar no es ayudar, es amplificar el problema. En medio de la incertidumbre, nuestra tarea no es llenar el vacío con ruido, sino sostenerlo con respeto, hasta que la verdad tenga espacio para hablar.
A veces, el mejor aporte que podemos hacer en una crisis es no alimentar la bulla. Porque el ruido no resuelve. Solo agrava. Y si no tenemos algo verdadero, útil y compasivo que decir… entonces quizás lo más sabio es no decir nada.