Al mejor estilo de la película de acción de los años ochenta, la inflación en Colombia sigue siendo dura de matar. Contrario a lo que se pregona desde el Gobierno, la “buena noticia” de una inflación anual de 8,35 % en enero de 2024, parece más un chiste que un logro.
Por más que desde los canales de comunicación oficial se intente vender ese porcentaje como una mejora para los colombianos, la realidad es que los precios siguen subiendo. La diferencia es que ahora lo hacen a menor velocidad.
Por supuesto, es mejor tener una inflación de un dígito como la actual a una de 13,25 % que se tenía en enero de 2023. No obstante, la mejora de 5 puntos porcentuales difícilmente se verá en los bolsillos de los habitantes del país.
Por ponerlo en términos futboleros: si hace un año Colombia perdía por goleada, ahora está perdiendo por dos goles.
Lo más duro de matar
Tres divisiones de gasto son responsables por el 70 % de la inflación anualizada a enero. Sin embargo, detrás de ellas están ajustes en la gasolina, la indexación de seguros, peajes, salarios y efectos meteorológicos.
Según el DANE, en enero, la división de gasto que más contribuyó al aumento de la inflación fue el suministro de electricidad, gas y agua. La contribución a la variación anual fue de 2,92 puntos. Es decir, el 35 % de la inflación total.
En segundo lugar, a una distancia de más de un punto porcentual, está el transporte. Los datos muestran que su contribución fue de 1,71 puntos. Esto, aunque fue la división de gasto que más subió, con un aumento del 13,22 % de sus precios.
Aquí lo que más aumentó fue lo concerniente a combustibles y lubricantes para equipo de transporte, con más del 44 %. Al desagregar este concepto, es claro que lo que más subió fueron los combustibles, seguidos por la compra y cambio de aceite, y los gastos de propiedad y manejo.
Pasando al tercer lugar del podio con más inflación dura de matar, están los restaurantes y hoteles. Para enero su variación anual fue del 11,7 % y su aporte a la inflación total fue de 1,23 puntos.
En este caso lo que más aumentó de precio fueron las gaseosas y bebidas en establecimientos con servicio a la mesa. A enero, esta subclase creció 14,3 %.
A renglón seguido están las comidas preparadas fueras del hogar para consumo inmediato. En este caso, el aumento de precios fue de 14,1 % para el primer mes de 2024.
Inflación que ya se mató
Pero no todo es lúgubre.
Los alimentos y bebidas no alcohólicas tuvieron una variación del 2,96 % al arranque del año. Esta es una buena noticia no solo porque ya se abandonó el crecimiento de dos dígitos que tenía la inflación de este grupo de gasto, sino porque es la segunda variación más baja de enero y está por debajo de la meta del Banco de la República -cuyo rango está entre el 2 y 4 %-.
De hecho, información y comunicaciones se llevan el primer puesto con una deflación del 0,08 %. Es decir, aquí sí es posible afirmar que los precios de esta división de gasto sí cayeron -aunque la reducción haya sido nimia-.
Para el resto de las divisiones de gasto la historia se encuentra entre variaciones del 5 y el 11 %. Aquí todavía falta mucho por hacer.
Las repercusiones de la inflación actual
Si bien la inflación muestra una senda de desaceleración, sigue siendo dura de matar. Esto significa que recrudecimientos del fenómeno de El Niño, más incrementos en los combustibles y/o un mayor gasto público, podrían poner en entredicho la velocidad de esa desaceleración.
En este punto hay que considerar que las bases para la comparación de precios de este año van a ser altas. Esto quiere decir que, como en 2023 se tuvieron meses con inflaciones de dos dígitos, es más fácil tener variaciones menos abultadas en 2024, pues la vara con la que se esta midiendo (el año 2023) está muy alta y hay espacio para ver cifras incluso del 6 %.
Dicho esto, hay que considerar que con una inflación menos acelerada, es posible que la política monetaria tienda a relajarse hacia el segundo semestre del año. Esto significaría tasas más bajas que las actuales y algo de dinamismo en el consumo.
Por supuesto, no hay que descartar los efectos que tiene la incertidumbre política, que traslapa a la económica. En este caso todo el análisis debería volver a la mesa de discusión.