A propósito de la entrada en vigencia de la Ley 2032 de 2022, un innovador desarrollo tecnológico hecho en Colombia y único en Latinoamérica, reducirá en niveles récord la contaminación de un sector que arroja cada año más de 8.000 toneladas de residuos plásticos a los ríos, arroyos, embalses y lagunas.
El pasado 7 de julio entró en vigor la Ley 2232 de 2022 que prohíbe el manejo de plásticos de un solo uso en el país. Esta nueva regulación proyecta impactar a varios sectores, uno de ellos el de la construcción por sus altos niveles de contaminación.
Según cifras recientes de la Organización Greenpeace, se estima que del total de residuos plásticos que cada año produce esta industria, 18.000 toneladas (ton) terminan en los océanos, ríos, arroyos, humedales y embalses.
Aunque es importante anotar que las constructoras vienen realizando diferentes acciones para reducir este impacto, como la campaña de Camacol que busca explorar alternativas para aumentar y visibilizar las prácticas sostenibles, estas medidas aún se quedan cortas frente a este nivel de contaminación.
Con el propósito de responder a esta problemática y proponer una solución que ayude a reducir este nivel de contaminación al planeta, la academia y el Gobierno vienen trabajando en varias iniciativas. Sin embargo, la más llamativa tiene que ver con un avance científico que desarrolló Glasst, una compañía tecnológica colombiana que creó el primer sustituto biodegradable para las películas plásticas de un solo uso utilizadas en la protección de vidrios y otras superficies susceptibles a dañarse durante la construcción.
Esta solución, basada en la tecnología Glasstommer, es el único recubrimiento biodegradable que existe en el país y Latinoamérica, y que fue elaborado con materias primas provenientes de fuentes naturales y renovables.
Este innovador producto, afirma Juan Camilo Botero, el cerebro detrás de esta innovación y CEO de Glasst, “reemplaza los plásticos de un solo uso, como las películas de color azul usadas para proteger vidrios y, a diferencia de los plásticos tradicionales que tardan entre 100 y 1.000 años en descomponerse, este protector se biodegrada en un máximo de 1 a 3 años, dependiendo de las condiciones ambientales”.
Según Botero, el impacto en cifras de esta solución se evidencia en que cada kilogramo utilizado de este producto captura 11 kilogramos (kg) de dióxido de carbono (CO2) equivalentes, contribuyendo así a la disminución de gases de efecto invernadero y reduciendo la huella de carbono de las construcciones. “Además, permite ahorrar entre un 30 % y 50 % los tiempos de limpieza en las obras y reduce hasta en un 100 % los costos de disposición y manejo de residuos”, indica.
Asimismo, agrega Botero, este protector ofrece una alternativa de reciclaje luego de que cumpla su uso. debido a que puede ser utilizado como componente en la fabricación de diversos productos de caucho, topes para llantas, pisos, resaltos, canchas infantiles y sintéticas, entre otros.
Por su relevancia, este avance científico ha sido patentado en Colombia, Estados Unidos, Reino Unido y Hong Kong. Igualmente, se adelanta este mismo proceso en otros 14 países.
Para destacar, Glasst invirtió tres años para desarrollar esta tecnología y destinó un capital de 2.000 millones de pesos para su desarrollo. A la fecha 97 obras y 4 grandes proyectos han aplicado este producto, entre ellos la Torre San Martín en Bogotá y las salas de venta de la constructora Marval en la capital del país.