En el Primer Ministro (1875), el famoso escritor inglés, Anthony Trollope, destacó el creciente apogeo de los plutócratas de Londres, en aquel entonces, la capital financiera del mundo: ‘Un hombre cesa de interesarse por los grandes intereses del mundo cuando su alma está inmersa en los bonos españoles,’ dijo el nuevo rico, Ferdinand Lopez, digno sucesor de Shylock, inaugurando un nuevo capítulo entre los villanos ingleses.
En la novela de Trollope, los ojos de Lopez se encandilaban con los bonos españoles y la millonaria dote de Emily Wharton. El escritor seguía un viejo libreto, viejo como el Nuevo Testamento, en donde Jesús había advertido en el Sermón de la Montaña que un hombre no podía servir a dos señores: a Dios y a Mammón (dios pagano del dinero).
¿Es un libreto correcto a la luz de la historia?
Numerosos economistas, sociólogos e historiadores han mostrado los impactos negativos del capitalismo en la desigualdad y el cambio climático. Algunos de estos efectos son innegables. El influyente artículo de prensa de Milton Friedman ‘La responsabilidad social de los negocios es incrementar sus ganancias’ (New York Times, 13 Septiembre 1970), por ejemplo, ayudó a propulsar el paradigma del ‘capitalismo accionario’ (shareholder value capitalism) surgido en la década de 1970, a raíz de la crisis del petróleo, del poder desmedido que los gerentes habían acumulado, del desmonte de los estados de bienestar y del surgimiento de una nueva etapa en el neoliberalismo. Algo de esta mentalidad capitalista subsiste en algunos rincones.
Sin embargo, en la compleja historia del capitalismo y de las sociedades modernas, el libro de Geoffrey Jones (Harvard) Deeply Responsible Business: A Global History of Values-Driven Leadership Business (2023) sugiere también la existencia de empresarios a lo largo de la historia que desmitifican la imagen simplista del homo economicus, cuya racionalidad y horizonte mental busca maximizar exclusivamente sus beneficios económicos.
Desde luego, estos capitalistas han habitado la tierra y, en especial, el mundo de los negocios. Pero, desde principios del siglo veinte, algunos antropólogos europeos clamaron por no proyectar esta mirada unidimensional del ser humano como si fuera un fenómeno universal.
En contra del homo economicus, Geoffrey Jones identifica tres elementos que han distinguido algunos negocios profundamente responsables en nuestros tiempos modernos: primero, su objetivo fundamental es generar valor social y público; segundo, su relación con los empleados, clientes y comunidades no es de explotación; tercero, apoyan y benefician a sus comunidades. Surgen, entonces, capitalistas de alguna manera responsables y sostenibles a lo largo de la historia, como George Cadbury, Ibrahim Abouleish, George Romney y Anita Roddick. Todos ellos se apartan de Ferdinand Lopez, el villano de la novela de Trollope.
Este breve recorrido histórico no es un llamado a escribir una historia rosa de los empresarios, sino más bien una invitación a complejizar nuestra propia mirada sobre la historia empresarial y sus protagonistas.
En nuestro ámbito colombiano y latinoamericano, generalmente identificado con razón con ciclos económicos extractivos, también ha habido indicios de otro tipo de relaciones empresariales.
Por ejemplo, cualquier estudioso del siglo diecinueve colombiano se dará rápidamente cuenta que hablar de ‘empresarios’, ‘negociantes’, o ‘empresarios modernos’, en muchos casos significa reducir la vida de estos individuos a una única actividad. José Manuel Marroquín, los Samper Agudelo y Samper Brush, Medardo Rivas, entre otros, se dedicaron a la política, literatura y vida filantrópica y caritativa, con profundas inquietudes culturales y espirituales. No eran hombres unidimensionales sino polifacéticos. Marroquín, por ejemplo, dedicó gran parte de su vida a sus haciendas de Yerbabuena y El Chicó, en la Sabana de Bogotá, pero destacó igualmente como un brillante novelista de su tiempo y como el presidente casi perpetuo de la sociedad caritativa San Vicente de Paul.
En un horizonte más latinoamericano, resulta conveniente citar la vida de Francisco Madero, uno de los líderes de la Revolución Mexicana (1910–40), que despachaba sus negocios y gobierno durante el día, pero traducía El Bhagavad-Gita en las noches y asistía a sesiones teosóficas en la bohemia ciudad de México. La fascinación con las tradiciones espirituales de Oriente ha tenido diversas etapas: la de la generación Millenial o Z es apenas una más en una historia milenaria.
En el siglo veinte, ha habido otros casos interesantes de lo que Geoffrey Jones llama ‘negocios profundamente responsables’ en oposición al homo economicus. Alberto Lleras Camargo, por ejemplo, recordó que su infancia estuvo presidida por el aura de la familia Samper Brush, propietarios de Cementos Samper. En su correspondencia familiar, don Tomás Samper le dijo a su hermano, José María, que ante todo tenían la misión de contribuir al desarrollo del país: ‘Siempre la patria, en todo y sus defectos, es para uno lo mejor del mundo, lo único posible.’
No era mera retórica. Los hermanos Samper Brush beneficiaron a sus comunidades más allá de ofrecerles empleo. En La Siberia, La Calera, donde operó la fábrica de cementos, construyeron un hospital, escuelas y bibliotecas para sus trabajadores, cuyos sobrevivientes y descendientes tienen hoy en día un grupo en Facebook llamado “La Siberia Años Dorados”. Igualmente, los Samper Brush donaron tierras, útiles y muebles, entre otras cosas, para la creación del Gimnasio Moderno de Bogotá. Otro tipo de paternalismo también existió durante el apogeo del patronato antioqueño, aunque a nuestros ojos contemporáneos, con severas restricciones a las libertades de sus trabajadores y bajo una férrea orientación religiosa y política.
La creciente secularización religiosa, el declive del alcance social de las órdenes religiosas y la Iglesia católica, el surgimiento de los sistemas de seguridad social estatal, y la especialización de las sociedades modernas y del capitalismo, de cierto modo han extinguido a los ‘polímatas’ del siglo diecinueve y, en parte, a los paternalismos del siglo veinte. Debido a estos grandes cambios sociales, los empresarios han dejado de temer “el más allá” cristiano y cedido muchas de sus antiguas responsabilidades sociales al estado de derecho.
Pero, no por ello, han dejado de florecer, aquí y allá, negocios profundamente responsables cada vez más sostenibles en contextos más recientes. Sus promotores son personas que no se identifican bajo la figura reduccionista del homo economicus ni por sus intenciones ni por sus intereses. Una lista de empresarios y ejecutivos colombianos profundamente responsables y sostenibles podría incluir a Alfredo Saldarriaga del Valle y Elvira Concha Cárdenas, Carlos Enrique Cavelier, Leonor Velasco, Nicanor Restrepo, Antonio Celia y Sylvia Escovar, entre otros.
Los negocios profundamente responsables y cada vez más sostenibles que estos empresarios y ejecutivos ilustran, no obstante, se convertirán solamente en un nuevo paradigma cuando la educación impartida en las escuelas de negocios abandone el modelo del capitalismo accionario por uno más sostenible. Ya está ocurriendo lentamente en algunos casos, pero reformar un sistema económico que se funda sobra la desigualdad y la extracción global es más arduo que limpiar las caballerizas de Hércules. En algunos casos, hay factores de coyuntura internacional adicionales que han retrasado la implementación de modelos ESG, como la guerra en Ucrania, o los han deslegitimado, como algunos populismos contemporáneos o el greenwashing de DWS destapado por Desirée Fixler en 2021.
Tal vez, los homo economicus como Ferdinand Lopez—el protagonista de la novela de Trollope con el que abrimos estas reflexiones—no se esfumarán del todo de este mundo, especialmente en nuestra sociedad de frontera abierta, de poco innovación e informalidad. Pero cada vez más estarán en riesgo de extinción como el dodo victoriano. Sentirán los efectos del cambio climático y la desigualdad global, asuntos que pesan crecientemente sobre la consciencia de los gobiernos, ciudadanos y consumidores.
El capitalismo del futuro tendrá otro rostro cuando el Trollope del siglo veintiuno invierta su fórmula original a la siguiente: ‘Un hombre cesa de interesarse por los bonos españoles cuando su alma está inmersa en los grandes intereses del mundo.’
Por: Luis Gabriel Galán Guerrero, Doctor en Historia de la Universidad de Oxford
Profesor de la Facultad de Administración – Universidad de los Andes