La reciente imposición de aranceles por parte del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha generado una ola de preocupación a nivel mundial. Estas medidas proteccionistas no solo amenazan con desacelerar el crecimiento económico global, sino que también reavivan temores inflacionarios. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), estas políticas están teniendo efectos adversos sobre la economía mundial, incrementando la volatilidad y empujando los precios al alza.
Ante este panorama, surge una interrogante crucial: ¿qué margen de acción tenemos los ciudadanos frente a decisiones de tal envergadura? A mi juicio, la respuesta no es resignarse, sino comprender que el poder colectivo y la participación activa pueden influir en el rumbo de las políticas económicas, incluso cuando estas parecen estar fuera de nuestro control directo. Hay varias formas concretas de ejercer ese poder ciudadano:
- Participación en el debate público: Estar informados y participar activamente en la discusión sobre las guerras comerciales permite generar presión desde la sociedad civil. Formar opiniones fundamentadas y exigir a nuestros gobiernos posturas claras en defensa de los intereses nacionales es un primer paso esencial.
- Apoyo a políticas de comercio justo: Respaldar iniciativas que fomenten acuerdos comerciales más equitativos y sostenibles contribuye a reducir la dependencia de mercados dominados por grandes potencias y fortalece las economías locales.
- Consumo consciente: Adoptar hábitos de consumo que prioricen lo local y lo éticamente producido no solo tiene impacto económico directo, sino también simbólico: es una declaración de principios frente a modelos comerciales agresivos e injustos.
- Incidencia política: La presión sobre representantes y líderes políticos sigue siendo una de las herramientas más efectivas. Exigir posicionamientos firmes ante políticas perjudiciales puede marcar la diferencia en las decisiones que se toman desde los gobiernos.
La historia reciente ofrece ejemplos concretos de cómo la acción colectiva puede contrarrestar decisiones unilaterales. En febrero de 2025, Canadá respondió a los aranceles impuestos por Estados Unidos con un paquete propio por un valor de 155 mil millones de dólares. Esta medida buscó proteger los intereses de consumidores, trabajadores y empresas canadienses, enviando un mensaje claro de rechazo a las prácticas comerciales agresivas.
Del mismo modo, en Europa, Francia ha liderado una postura firme. El presidente Emmanuel Macron instó a las grandes empresas europeas a suspender inversiones en Estados Unidos como forma de presión, subrayando la necesidad de una respuesta coordinada dentro de la Unión Europea. Estas reacciones demuestran que los países, actuando con cohesión, pueden establecer límites al unilateralismo económico.
Pero más allá de las acciones gubernamentales, también han surgido respuestas ciudadanas. En países como Suecia y Dinamarca, movimientos de boicot a productos estadounidenses han ganado tracción, promoviendo alternativas locales como forma de protesta. Iniciativas como «Bojkotta varor från USA» y «Boykot varer fra USA» reflejan una conciencia creciente del impacto que el consumo tiene en el escenario global.
Es fundamental reconocer que, si bien las decisiones de líderes como Trump tienen consecuencias de gran escala, la respuesta de la sociedad civil y de la comunidad internacional puede moldear el curso de los acontecimientos. La resistencia colectiva no solo es posible, sino que puede ser efectiva.
En conclusión, frente a políticas arancelarias que amenazan con desestabilizar la economía global, los ciudadanos no estamos indefensos. Nuestro poder radica en la capacidad de actuar, de informarnos, de ejercer presión y de transformar nuestros hábitos. La defensa de un comercio más justo no es solo una tarea de gobiernos; es también una responsabilidad ciudadana.