Por Jorge Alberto Márquez, espcialista en alta gerencia
La cultura contable y financiera no debe ser un conocimiento adquirido por azar ni reservado solo a etapas avanzadas de la educación o al momento de emprender. Por el contrario, es un aprendizaje que debe iniciarse desde edades tempranas, como parte integral del desarrollo de habilidades para la vida. Por lo cual, formar ciudadanos capaces de tomar decisiones informadas sobre sus recursos es una necesidad urgente, tanto en el plano personal como en el colectivo.
En muchos hogares, aprendemos de forma intuitiva a manejar conceptos básicos como ingreso, gasto, ahorro y deuda. Sumamos lo que recibimos, restamos lo que gastamos y analizamos si el resultado es positivo (superávit) o negativo (déficit). Esta lógica cotidiana nos permite sobrevivir, pero no siempre nos prepara para proyectarnos, mejorar o tomar decisiones estratégicas. Cuando la economía del hogar depende del esfuerzo conjunto, la buena administración se convierte en un acto colectivo. Pero si no hay una base sólida, el riesgo de caer en endeudamiento o desorganización es bastante alto.
Durante la primaria y el bachillerato se nos presentan algunas herramientas matemáticas y nociones económicas. Sin embargo, pocas veces se articulan como parte de una formación financiera práctica. Solo algunas personas logran conectar estos aprendizajes con la vida real, integrando técnicas contables y financieras que les permiten hacer seguimiento, prevenir pérdidas o reaccionar a tiempo ante desequilibrios económicos. Más adelante, durante la educación técnica o profesional, se requiere profundizar en estos conocimientos. Allí se espera que una persona comprenda y aplique principios contables y financieros en el ejercicio de su oficio o carrera. Pero llegar a ese punto sin bases sólidas es una dificultad común que afecta la capacidad de gestión, incluso en profesionales capacitados.
El emprendimiento, por su parte, suele verse como un campo en el que estas habilidades son imprescindibles. No basta con tener pasión o una buena idea; es necesario contar con herramientas para construir un presupuesto, identificar costos, proyectar ingresos, estimar utilidades y tomar decisiones informadas. Solo así se puede evaluar si el negocio avanza según lo previsto, detectar alertas tempranas y hacer los ajustes necesarios para mantenerse en el mercado.
Además, emprender implica responsabilidad legal y fiscal. Es imprescindible conocer las obligaciones tributarias, entender la estructura de precios, manejar estrategias comerciales como combos o promociones, y evitar prácticas irregulares como la evasión. Una buena administración no solo protege al emprendedor, sino que contribuye a una economía más justa y transparente.
Todo lo anterior me lleva a recomendar enfáticamente la importancia de formar una Cultura Contable y Financiera, no solo como una preparación para emprender, sino como una base para tomar decisiones responsables a lo largo de la vida, y como herramienta clave para enfrentar un mundo cambiante y dinámico, donde existen océanos rojos de competencia agresiva – donde sobrevive el más fuerte-, o se puede optar por un océano azul, donde el factor competitivo sea la integración de valores agregados y diferenciadores. Integrar estos contenidos en la educación básica, en el entorno familiar y en espacios comunitarios permitirá formar personas más autónomas, críticas y resilientes, preparándolas para un
mundo en el cual quien comprende el valor de los recursos y cómo gestionarlos tiene una ventaja real y sostenible.