La transición hacia energías renovables se ha posicionado como uno de los pilares fundamentales del desarrollo global. La expansión de plantas solares, parques eólicos, sistemas de biogás y complejos de biocombustibles avanza con fuerza, impulsada por metas de descarbonización y nuevas exigencias de competitividad. Sin embargo, en medio de este avance acelerado suele ignorarse un aspecto esencial: la seguridad industrial como eje estratégico de productividad y sostenibilidad.
Las tecnologías renovables, pese a su imagen de bajo impacto, operan bajo condiciones que demandan altos niveles de control. Sistemas eléctricos de alto voltaje, manejo de fluidos inflamables, estructuras de gran altura, gases presurizados y maquinaria de operación continua conforman un entorno donde la gestión del riesgo es tan determinante como la eficiencia energética. Cuando estos factores se abordan de manera superficial, los resultados se expresan en accidentes, paradas inesperadas, pérdidas de activos, sanciones regulatorias y daños ambientales que socavan el propósito mismo de la transición.
La experiencia muestra que la seguridad industrial no solo reduce incidentes, sino que también optimiza procesos. Es por eso que la estandarización de procedimientos, el mantenimiento preventivo, la trazabilidad de fallas, la capacitación técnica y la ingeniería de controles disminuyen la variabilidad operativa y aumentan la confiabilidad de los equipos. Esto se traduce en mayor disponibilidad de planta, reducción de costos a largo plazo y un entorno laboral más estable, elementos clave para cualquier modelo energético que aspire a ser competitivo a escala global. Además, las instalaciones renovables suelen ubicarse en zonas rurales o semirrurales, donde la disponibilidad de talento especializado es limitada. La implementación de programas robustos de formación en seguridad industrial impulsa el desarrollo humano local, fortalece la empleabilidad y profesionaliza oficios vinculados a la nueva economía energética. Una transición energética que no integra estos beneficios sociales inevitablemente se queda a medio camino.
Otro desafío emergente es la velocidad con la que evoluciona la tecnología frente al ritmo más lento de las regulaciones. El desarrollo de nuevos materiales, sistemas automatizados, almacenamiento avanzado y plantas híbridas exigen marcos de seguridad flexibles, actualizados y orientados a la prevención más que a la reacción. Por tanto, la seguridad industrial debe trascender el cumplimiento mínimo y convertirse en una práctica estratégica integrada desde el diseño hasta la operación. Con lo cual, la consolidación de las energías renovables no dependerá únicamente de su capacidad para generar electricidad limpia, sino de su habilidad para hacerlo sin comprometer la integridad de las personas, los equipos y el medio ambiente. La seguridad industrial no es un apéndice técnico, es un componente estructural que define la productividad, la continuidad del negocio y la sostenibilidad real del sector.
Las energías renovables tienen el potencial de transformar radicalmente nuestro futuro energético, pero este cambio solo será duradero si se construye sobre una base sólida de seguridad industrial. Si no gestionamos adecuadamente los riesgos operativos, corremos el peligro de que los mismos avances tecnológicos que buscamos impulsen accidentes, pérdidas económicas y daños irreparables. La inversión en seguridad es, indudablemente, una inversión en la sostenibilidad y en la rentabilidad a largo plazo del sector. Por lo que sólo a través de la integración de protocolos de seguridad rigurosos y una cultura de prevención será posible garantizar que las energías renovables alcancen su verdadero potencial.
La seguridad industrial no debe ser vista como una carga, sino como un motor de productividad que fortalece la competitividad y la resiliencia del sector.
Si queremos que la energía del futuro no solo sea limpia, sino también segura y eficiente, debemos asegurarnos de que cada instalación renovable esté diseñada y operada bajo estándares de seguridad de última generación. Esta es la única forma de construir un sistema energético verdaderamente sostenible, capaz de afrontar los desafíos del siglo XXI.

Juan Carlos Rengifo Morales Ingeniero Industria
Seguridad y Salud en el trabajo