POR: Santiago Botero Jaramillo – CEO de Finsocial
Me atrevería a aseverar que el primero de enero del 2020 nadie, en su sano juicio, hubiera estado dispuesto a apostar un solo peso que, pocas semanas después, a mediados de marzo, estaríamos entrando todos en un confinamiento obligatorio de casi 6 meses – sin que podamos descartar de plano que, ante un rebrote feroz, eventualmente podamos volver a ello –.
Ya en marzo, estupefactos, comenzamos a presenciar plazas desoladas en pueblos y ciudades, factorías cerradas por doquier, tasas de desempleo disparadas en todas las latitudes, autoridades económicas aquí y allá volcadas a la implementación de políticas fiscales y monetarias contra – cíclicas de magnitudes nunca antes vistas, volatilidades en los mercados de capitales que arredran hasta el más avezado de los inversionistas y, desde luego, en una carrera frenética entre países y multinacionales farmacéuticas por la medalla de oro en el desarrollo de una vacuna.
En fin, se terminaron desatando una serie de sucesos que, para bien o para mal, configuran nuestra nueva realidad; una realidad en la que enfrentamos lo que muchos ven como un enemigo invisible que no discrimina nacionalidad, religión, género o fronteras y cuyo impacto sobre la actividad económica mundial y doméstica se muestra descomunal. Algunos economistas denominaron todo esto un “evento Cisne Negro”, lo cual tiene profundas implicaciones técnicas y conceptuales en el ámbito de las herramientas estadísticas convencionales.
Pues bien, más allá del debate académico y teórico sobre la naturaleza probabilística de la pandemia y lo lúgubre que en ocasiones se vislumbran sus efectos, en lo personal he optado por mirar las cosas desde otro ángulo. Tanto así, que decidí hace meses denominar todo este episodio el corona – amigoy nunca volví a emplear el término ‘coronavirus’. ¿Por qué? Porque no todo es catastrófico y siempre habrá una luz. Y, en ocasiones, esa luz brilla incluso más que la que veíamos antes. Lo digo porque, en medio de tan difícil coyuntura, algunas compañías han salido fortalecidas y la nuestra, Finsocial, es una de ellas. De tal manera que para mí, el tal Cisne Negro es un animal deslumbrante que, con todo, también ha traído bendiciones y crecimiento.
Por supuesto, la adaptación no fue fácil. Sin duda, para no quedar hundidos en la estrepitosa marea que arrastró a tantas empresas y negocios, nos vimos abocados a desplegar toda nuestra disciplina, concentración, ingenio, capacidad de innovación y mística por el trabajo desde el día 1 del confinamiento. Por ejemplo, nos vimos abocados a dar el gran salto digital, algo para lo cual, debe decirse, nos veníamos preparando, pero que no esperábamos que tuviera que suceder tan pronto y tan rápido. Adicionalmente, potenciamos nuestra oferta de productos con líneas de crédito disruptivas no solo en lo digital, sino también en lo financiero.
Gracias a ello, los mercados financieros doméstico e internacional nos dieron un enorme voto de confianza para seguir creciendo. Más aún, gracias a esa confianza depositada en nosotros, nos hemos convertido en un aliado estratégico del Gobierno Nacional y algunos gobiernos regionales para la irrigación de apoyos y alivios a ciertos segmentos de la población. Desde luego, todo esto ha ido acompañado de robustas estrategias para proteger la salud y el bienestar laboral de lo más preciado que tenemos, nuestro capital humano, así como para honrar nuestra razón de ser: servir a los demás.
Al final del día, lo único que he pretendido plantear en estas líneas es que, en medio de una situación tan desafiante y peligrosa para la economía como la que atravesamos, la decisión para quienes estamos al frente de las empresas y nos hemos dado a generar empleos es nuestra, y sólo nuestra: o sentarnos a llorar o vender los pañuelos. En Finsocial, como siempre, hemos optado por lo segundo. Gracias a Dios, esto nos ha permitido aprender, crecer y seguir sirviendo a los demás, es decir, transformar una tormenta en bendición.