Adriana Cruz González. Docente de inglés en California, Estados Unidos.
país, hay otros héroes silenciosos: los niños inmigrantes. Con una mochila a la espalda, no llevan solo libros y lápices, sino también el peso de la incertidumbre. En un país que les ofrece oportunidades, pero también los enfrenta a barreras invisibles, estos niños viven con la esperanza de un futuro mejor y el temor constante de que su realidad cambie de un momento a otro.
En redes sociales abundan los testimonios de adultos sobre lo que implica emigrar: “Todo por un futuro mejor” o “La realidad de vivir en EE.UU.”. Pero, ¿quién habla de los niños que atraviesan este proceso sin haberlo elegido? Hoy, su situación se ha vuelto aún más compleja: el miedo a la deportación añade una nueva capa de angustia a su ya desafiante proceso de adaptación.
La escuela es un refugio temporal:
Para muchos niños inmigrantes, la escuela es el único lugar donde pueden sentirse seguros, aunque solo sea por unas horas. Sin embargo, en los últimos meses, la incertidumbre ha cruzado las puertas del aula. Las noticias sobre operativos de ICE y la posibilidad de que sus familias sean separadas han generado ansiedad en ellos.
Algunos estudiantes han comenzado a mostrarse más reservados. Prefieren no compartir detalles de su vida personal, no levantar demasiado la voz y evitar situaciones que puedan llamar la atención. Sus padres les han advertido que es mejor pasar desapercibidos; la discreción se ha convertido en un mecanismo de autoprotección. Otros han optado por faltar a la escuela por miedo o porque sus familias temen que salir de casa los haga más vulnerables. En algunos casos, los niños mismos piden quedarse porque no quieren estar lejos de sus padres en caso de que algo ocurra.
El impacto en el aprendizaje y el bienestar:
El miedo no solo afecta la estabilidad emocional de los niños, sino también su capacidad de aprendizaje. Es difícil concentrarse en una lección cuando en la mente rondan preguntas como: ¿Qué pasará con mi familia? ¿Qué haré si algún día ya no están aquí?
Además, muchos de estos niños trabajan después de la escuela para ayudar a sus familias, lo que les deja poco tiempo y energía para sus estudios. Para ellos, la escuela no es su única responsabilidad; deben equilibrarla con el trabajo y, al mismo tiempo, lidiar con la incertidumbre migratoria.
Algunos datos recientes arrojan que, en 2021, 170.000 menores cruzaron la frontera sin compañía y para 2022 la cifra fue de 152.000. Según el censo de 2020, en EE.UU. había
321,666 niños colombianos, muchos de los cuales enfrentan desafíos similares. Estos números reflejan una realidad que va más allá de las estadísticas. Detrás de cada cifra hay una historia, un niño con sueños y miedos, tratando de encontrar estabilidad en medio de la incertidumbre.
A pesar de todo, estos niños siguen adelante. Cada palabra nueva que aprenden en inglés, cada tarea completada y cada conversación en la que se atreven a participar es una victoria. No se trata solo de aprender un idioma, sino de encontrar su lugar en una sociedad que, muchas veces, los hace sentir invisibles.
Como educadores, no podemos cambiar las políticas migratorias, pero sí podemos hacer algo fundamental: crear un ambiente seguro en el aula. Podemos recordarles que no están solos, que son más que un estatus migratorio y que tienen derecho a aprender, crecer y soñar con un futuro mejor. Un simple “Aquí estás seguro”, un “Estoy orgulloso de ti” o un “Tu historia importa” puede marcar la diferencia entre un niño que sigue adelante y uno que se rinde.
La inmigración no es solo un acto de valentía, sino de amor. En cada uno de estos niños hay una historia de lucha, resiliencia y esperanza. No solo están aprendiendo un nuevo idioma, sino que están construyendo puentes entre culturas y forjando un futuro más inclusivo para todos. Con cada esfuerzo, nos enseñan que la esperanza es una fuerza imparable.