Por Pilar Sánchez Voelkl
Profesora Asistente | Facultad de Administración – Universidad de los Andes
Los rituales son vistos como propios de sociedades primitivas, de tribus alejadas de la modernidad y el mundo occidental. Su origen ha sido rastreado hasta los primeros grupos de humanos que mostraron capacidad para designar significado a objetos, personas y actividades de tal manera que pudieran representar algo más. El lenguaje, los dioses, los mitos, el arte y hasta las matemáticas dependen del pensamiento simbólico. Estructurados, de manera rutinaria, son la base de todos los ritos, ya sean fúnebres, de paso, estacionales o religiosos.
Pero, lejos de ser un comportamiento primitivo, los rituales siguen definiendo la vida social de personas y grupos, y son indispensables para el logro de resultados en las corporaciones modernas. Pese a que no transmiten información técnica o entrenamiento adicional para la venta de un nuevo producto y que, a veces, parecen llenos de irracionalidad o una pérdida de tiempo, los rituales son tremendamente efectivos. ¿Qué tipo de trabajo hacen los rituales para una organización? ¿Cómo se diferencian de esas actividades rutinarias que atraviesan el día a día del trabajo? ¿Por qué son definitivos para alcanzar el propósito de una empresa?
Grandes y pequeños rituales
Los rituales son eventos que pasan periódicamente y contienen una serie de actos performativos. Una secuencia de cosas que se despliegan de manera casi teatral (con guión, actores y audiencia) y son predecibles para los miembros de un grupo específico. Se repiten en el tiempo y así logran estabilizar ciertos significados compartidos. Están los rituales que se celebran de manera frecuente y que recuerdan el propósito del trabajo colectivo. Como, por ejemplo, cuando un grupo de vendedores recrea una marcha marcial con gritos de guerra para iniciar su jornada de ventas, cuando se reúnen para cantar una especie de porra cada mañana antes de abrir una tienda o también cada vez que un paciente se cura de cáncer y toca una campana en un hospital de oncología. Incluso un grupo de directivos que, a la salida de una reunión de negocios, sale a tomar sake, whisky o ron, está realizando un pequeño ritual.
Por otra parte, están los grandes rituales. Estos son esos eventos espectaculares, fuera del tiempo y el espacio laboral, que también contienen elementos dramatúrgicos, pero a diferencia de los pequeños, están para celebrar los grandes hitos a nivel organizacional. Allí están los lanzamientos de nuevos productos, el nombramiento de un nuevo gerente, las fiestas de fin de año y las celebraciones por alcanzar las metas. Se caracterizan por su magnitud y alcance, por la inversión de tiempo y dinero y por seguir coreografías espectaculares que buscan generar momentos de gran recordación e impacto emocional para la comunidad corporativa, lo que, en últimas, se traduce en resultados de negocio.
Pequeños y grandes rituales se diferencian de las rutinas de trabajo en el poder simbólico y emocional que tienen para recrear, reproducir y actualizar significados, valores comunes, relaciones de poder y recordar el propósito del trabajo.
El poder de los rituales
Para cada organización, el calendario ritual puede variar a lo largo del año dependiendo del
motivo de la celebración, de la estacionalidad del negocio, de los códigos que maneja el sector o industria específica y de la región, país o cultura en el cual tome lugar. En algunos lugares o momentos, los dispositivos del ritual pueden crear ambientes distantes, serios o profesionales y aludir al marco del lenguaje políticamente correcto. Pero, en muchos otros momentos, más bien premiarán el uso del humor y el placer, la transgresión temporal de roles y los excesos. Los estereotipos, las bromas y los modelos arcaicos de género (por ejemplo, con el uso de modelos, bailarinas o reinas que personifican un producto y enaltecen la masculinidad del grupo gerencial) funcionan. Lo hacen incluso contradiciendo el discurso corporativo que circula, al mismo tiempo, para pregonar la inclusión y la equidad en las corporaciones modernas. Es en el contexto de la fiesta, en donde se reviven esos elementos culturales arraigados, capaces de conectar a los participantes a un nivel emocional profundo y provocar el clímax organizacional.
¿Cuál es entonces el trabajo que hace el ritual? Los grandes rituales corporativos ofrecen, por una parte, un espacio público para que cada persona pueda actuar su rol dentro de la organización, construir identidad y sentido de pertenencia. Ayudan a crear comunidad a partir del mismo reconocimiento de esos miembros que son convocados para participar, brindándoles un espacio para demostrar su compromiso con su rol y con la organización, además de su habilidad para manejar los códigos y el lenguaje que el grupo comparte. A su vez, elordenamiento de sujetos dentro de la actividad ritual sirve para elevar a algunos, celebrar ciertos valores y comportamientos y para legitimar la estructura, las jerarquías, relaciones y autoridad.
Es en el ritual en donde la organización —en otras palabras, la cultura y la estructura organizacional— se expresa. La actividad simbólica va más allá. Su potencial no se reduce a su capacidad para representar y crear significados. Más importante aún es su poder para transformar personas y grupos, que pasan de ser personas comunes y desconectadas para convertir a algunos en héroes, guerreros, padres o madres y a todos en una gran familia. Lo hace a través de mitos, metáforas y coreografías que se repiten hasta estabilizar estos nuevos sentidos.
Por último, los objetivos del negocio se alcanzan después de la fiesta. Pelear en la guerra del mercado o por la reputación de una empresa dependerá del nivel de afiliación de ese sujeto a una marca, producto u organización. Esto solo se alcanza con la participación en momentos de gran efervescencia emocional, como la fiesta. Varios estudios demuestran que esto es la base para activar procesos cognitivos cruciales en donde la recordación y el compromiso de los sujetos serán lo definitivo para alcanzar las metas. Hasta el próximo ritual.