Hace mucho que se necesita un sistema de pagos digitales que favorezca más a los consumidores, que a los bancos y a las empresas de tarjetas de crédito.
Estados Unidos es el hogar de Silicon Valley y Wall Street, cunas de la innovación y plazas fértiles para inversiones, pero a pesar de ello, pareciera haberse quedado en la edad oscura referente a los pagos digitales. Hasta 2018, las compras con tarjeta aún requerían firmas a mano, 15 años después de que Europa cambiara a chip y pin.
Un cómodo duopolio de tarjetas de crédito (Visa y Mastercard), trabaja con los bancos para emitir tarjetas, dando como resultado un mercado con muy poca competencia y márgenes de beneficio bastante altos.
Contrario a lo que ocurre en la primera economía del mundo, Asia ha dado un salto adelante con servicios de pago generalizados, rápidos y baratos, y una nueva generación de firmas de tecnología financiera dinámicas que han alcanzado rápidamente economías de escala.
Al respecto, The Economist resalta que tener una infraestructura financiera digital anticuada y costosa no es un mero tecnicismo: a medida que las compras en línea se convierten en una parte más importante del gasto diario, amenaza con convertirse en un fuerte impuesto a la innovación.