Por Diego Quesada, Country Manager de los países andinos, Centroamérica y El Caribe de Pomelo
El cierre de año es, tradicionalmente, el gran momento del comercio en Colombia. En pocas semanas coinciden el Black Friday, el Cyberlunes y las compras navideñas, tres hitos que movilizan a millones de consumidores en tiendas físicas y canales digitales. En este marco, detrás de las vitrinas, los descuentos y las campañas publicitarias, hay un componente que define el éxito o el fracaso de cada venta: la experiencia de pago.
Si bien suele ser un proceso invisible para el usuario final, el sistema de pagos es el motor silencioso que mantiene en marcha toda la operación comercial. Cuando funciona sin fricciones, las compras fluyen; cuando se interrumpe, el costo puede ser enorme. Una pasarela caída, una transacción rechazada o un error de autenticación no solo representan ventas perdidas, sino clientes que difícilmente regresarán.
En el último año, los pagos digitales consolidaron su protagonismo en el país. Según la Superintendencia Financiera, en 2024 más del 70% de las compras en línea se realizaron con tarjeta, y el volumen de transacciones digitales creció cerca de un 30% frente al año anterior. Esto confirma una tendencia a la madurez del consumidor colombiano, cada vez más habituado a medios de pago electrónicos y menos dependiente del efectivo.
Sin embargo, el crecimiento también trae nuevos retos. Durante las temporadas de alta demanda, los sistemas financieros enfrentan picos de tráfico que ponen a prueba su capacidad tecnológica. La disponibilidad de los servicios, la prevención del fraude, la reducción de las tasas de rechazo y la velocidad de procesamiento se convierten en factores críticos. En una economía digital, donde la paciencia se mide en segundos, la fricción en el pago puede determinar la diferencia entre una compra cerrada o un carrito abandonado.
En ese contexto, la tecnología se convierte en la mejor aliada del comercio. Herramientas como la tokenización, la autenticación biométrica o los motores de detección de fraude en tiempo real —impulsados por inteligencia artificial— ya no son un lujo, sino una necesidad para ofrecer transacciones más seguras y fluidas. Al mismo tiempo, las infraestructuras basadas en la nube permiten escalar de manera inmediata, asegurando continuidad incluso cuando el volumen de operaciones se multiplica.
La coordinación entre los actores del ecosistema —comercios, emisores, adquirentes, fintechs y procesadores— también resulta decisiva. En un entorno de alta operatividad, la colaboración, el monitoreo constante y la capacidad de respuesta ante imprevistos marcan la diferencia. Las plataformas que ofrecen visibilidad total sobre el ciclo del pago brindan no solo control, sino también confianza.
El cierre de año, por tanto, no es solo una prueba de consumo, sino una prueba tecnológica. Las empresas que han invertido en modernizar su infraestructura y automatizar procesos estarán mejor preparadas para capitalizar la temporada, fidelizar a sus clientes y fortalecer su reputación digital. Para ello, se necesita la capacidad de procesamiento de millones de transacciones diarias, como lo hace Pomelo, que lo logra con infraestructura 100% cloud native, conectados además a Mastercard y Visa, siendo escalables a toda la región.
En una era donde la inmediatez y la confianza definen la lealtad del consumidor, optimizar los pagos no es un asunto técnico: es una estrategia de negocio.