Por: Rodolfo Colalongo.
En una nota escrita para el periódico La República para el día de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú, el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, expresó unas ideas acerca de lo que representaba esa elección para su país natal, para la región y para el mundo. Al leerla quedé un poco estupefacto en relación con el contenido de esta, de sus afirmaciones simples y vacías de contenido, algo extraño en una persona de su calibre, de su talla intelectual y de sus magníficos libros.
Entonces pensé que quizás no estaba escribiendo como si fuera una novela sino una columna de opinión, algo más sencillo de escribir y menos complejo de imaginar. Toda persona por más importante que sea tiene derecho a expresar sus ideas políticas y licencia de hacerlo con soltura, y poco argumentada. Al fin y al cabo, genios hay muy pocos y no siempre tienen que demostrarlo. Así y todo, me parece que su pensamiento merece unos comentarios.
Contrario a lo que piensan por ahí, el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, no es un ultraderechista ni mucho menos un derechista, es, en términos filosóficos-políticos, un conservador-dogmático, un tradicionalista que ve en todo cambio un peligro, que entiende el progreso económico de manera lineal, que piensa que las sociedades están compuestas por dos grupos: los que deben gobernar y los que deben ser gobernados. El mundo se divide entre subdesarrollados y desarrollados, que los primeros aspiran a ser los segundos, que Chile estaba transitando ese camino y el comunismo los obligó a devolverse, que los jóvenes chilenos quieren homogeneizar todo y estatizar lo que sobra, que la democracia esta compuesta por instituciones establecidas y que una élite debe regirla, también cree en la mano dura del Estado para controlar todo posible cambio.
Su pensamiento es retrogrado pero no en el sentido peyorativo del término, sino en el literal que entiende y utiliza elementos analíticos del pasado para analizar el presente, que razona que el término comunismo y capitalismo son conceptos aún vigentes en su sentido tradicional, que lo esta sucediendo en América Latina se inscribe en un contexto de guerra fría, en donde unas izquierdas comunistas-leninistas luchan por hacerse con el poder estatal y establecer la dictadura del proletariado, mientras unos gobiernos liberales de derecha y, por ende, democráticos, intentan resistir a las fuerzas revolucionarias que “en menos de media hora quemaron y destruyeron ocho estaciones del metro más moderno y costoso de América Latina” en una Chile progresista.
Su mirada elitista y tradicional solo le permite ver como democráticos aquellos países que aún no fueron alcanzados por esta ola comunista-leninista desestabilizadora liderada por la Venezuela de Maduro, se refiere a Ecuador y Uruguay, que en palabras del Nobel de Literatura son las únicas excepciones democráticas en donde sus electores fueron más “sensatos” que el resto de los sudamericanos. Esto como si la sensatez se midiera en función de los gobernantes que se escogen en donde eres sensato si eliges restaurar el orden conservador, y no lo eres si optas por un cambio, o eres democrático si estas gobernado por partidos conservadores de derecha pero no lo eres si esos partidos son de otra orientación ideológica.
Otro elemento que se desprende de la arenga anticomunista, es su constante apelación al miedo como único sentimiento posible para evitar el cambio. Asustar a los peruanos, a sus vecinos, a la región y al mundo con el fantasma del comunismo-leninismo-mariateguismo, tal vez, permita que los peruanos se vuelvan más sensatos y escojan a Keiko Fujimori, cosa que no sucedió, o, que el resto del mundo decida “intervenir” para salvar la democracia peruana de la dictadura del pueblo, porque “llegaron para quedarse y no dejar el poder” dice el novel de literatura. Es increíble como el miedo se usa para justificar acciones que van en contra de la democracia cuando se llenan la boca expresando que están para defenderla. Vociferan por todos los medios nacionales e internacionales pidiendo un no reconocimiento de las elecciones como válidas y la intervención internacional como acciones necesarias para salvaguardar la democracia siendo per se medidas antidemocráticas. La apelación al miedo como barrera frente al cambio es una fuerza incontrolable que solo causa estragos en la sociedad, deberíamos comenzar a desusarla.
Desde su pensamiento ortodoxo se pregunta si los peruanos quieren “¿Un país devastado por la censura, la incompetencia económica, sin empresas privadas ni inversiones extranjeras, empobrecido por burócratas desinformados y serviles, y una policía política que ahoga a diario fantásticas conspiraciones creando una dictadura más feroz y sanguinaria que todas las que ha conocido el país a lo largo de su historia?” como si un Perú pre Castillo haya sido la panacea de la competencia económica, las empresas privadas y los capitales foráneos con burócratas informados, autónomos y con pensamiento nacional, es paradójico que esa pregunta se haga en referencia a un candidato que nunca ejerció un cargo público y no, a la hija del exdictador Alberto Fujimori quien instauró una dictadura feroz y sanguinaria para perpetuarse en el poder haciendo uso de la censura y la policía política. Quién, además, preparó el terreno para instaurar lo que Francisco Duran llamó la “República Empresarial”.
Más paradójico aún, es que crea que con Keiko los peruanos estarán mejores porque pidió perdón por sus errores, prometió respetar la libertad de expresión, el poder judicial y entregar el poder cuando finalice su mandato, sabiendo lo que el fujimorismo representó para el país, y descrea de eso mismo cuando viene de Castillo, ¿qué hizo Castillo para pensar que hará lo contrario? ¿acaso no cumplió como alguna promesa electoral o suprimió la prensa cuando ocupó algún cargo público? O ¿manifestó que había que acabar con el poder judicial y la propiedad privada? Yo no escuche ninguna de esas afirmaciones por parte de Pedro Castillo ni tampoco de Keiko Fujimori, entonces ¿por qué creerle a un candidato y al otro no? Si utilizamos la creencia como factor de legitimidad electoral, entonces tendríamos que basarnos en las acciones de los candidatos de la misma forma que los católicos recitan las buenas prácticas que hizo Jesús o los musulmanes te explican los esfuerzos de Mahoma por crear una sociedad más justa. Si ese fuera el caso, Keiko no hubiese sido ni siquiera candidata, ya que su pasado la condena y Pedro Castillo sería el candidato de todos lo peruanos ya que aún permanece virgen de la contaminación del poder político y la corrupción de Odebrech.
Vargas Llosa cierra su expresión conservadora e indubitable de la realidad regional con una apelación muy típica de estos intelectuales, su deseo de recuperar esa vieja historia que los glorificó como país, primero apelando a la época prehispánica (el imperio inca) que, según sus palabras, le daba de comer al mundo, y luego engrandeciendo “los trescientos años coloniales cuando el virreinato peruano era el más importante de América”. Lo llamativo de su discurso es que ambos periodos se caracterizaron por una ausencia rotunda de derechos para la mayoría de la población peruana de la época y una pobreza incalculable, solo una élite bien posicionada gozaba de plenos derechos en la era imperial prehispánica y solo aquello limeños que tenían algún tipo de relación privilegiada con el virreinato disfrutaban de todas las bondades de la colonia. El novel esta considerando que Keiko es esa opción, la de la minoría peruana y quien emprenderá una restauración conservadora en el Perú de una magnitud tal que le permita a nuestro vecino país regresar en el tiempo para convertirse en la cabeza de un imperio o en la capital de la colonia de otro.
Más allá de la trascendencia de sus dichos por su trayectoria y peso intelectual, es evidente que la mayoría de los votantes peruanos creyeron poco o nada en los dogmas de Mario y prefirieron asumir el riesgo de un cambio, ya sea que ello implique la posibilidad de que Pedro Castillo convierta a Perú en la próxima Cuba o Venezuela, antes que apoyar una restauración conservadora de la mano de Keiko Fujimori, el apoyo moral e ilustrado de Vargas Llosa y el sostenimiento económico de los empresarios peruanos. Lejos de caminar por una cuerda floja, los peruanos son muy conscientes de sus decisiones electorales y están asumiendo las consecuencias de las mismas. La cuerda no esta floja sino más firme que nunca. Esperemos que aguante la tensión y no se corte.