Por: Alberto René Ramírez, director de la Unidad de Posgrados de la Universidad Santo Tomás.
En un mundo cada vez más competitivo y con la urgencia de buscar ventajas y oportunidades profesionales, viene esta cautelosa pregunta y con ellas otras tantas cuando se culmina una carrera profesional o una licenciatura: ¿vale la pena seguir estudiando? Si es así, ¿tendría que ser una maestría o estaría bien con una especialización? ¿Qué tan grandes podrían llegar a ser las posibilidades laborales y las diferencias salariales entre realizar una especialización y u optar por una maestría?
Los tiempos para la academia han cambiado
El acelerado cambio demográfico que se originó a inicios del siglo XX no deja de seguir trayendo consigo grandes transformaciones, entre las que se destacan por su relevancia la trasmutación de los modelos y fines educativos, antes informales y diseminados en intereses particulares de algunos grupos sociales, encausados ahora en propósitos movidos por decisivos intereses tecnológicos y económicos de cualificación acelerada en un mundo laboral.
Esto ha llevado a que, paradójicamente, pese a los índices de desempleo, cada vez más se evidencie la falta de trabajadores calificados. Así, por ejemplo, el Ministerio de las TIC y el Observatorio TI de Fedesoft, prevén para el 2025 una escasez de talento en el sector tecnológico y comunicacional de cerca de 200.000 profesionales y especialistas.
Esta necesidad en el país de una formación profesional acelerada ha tropezado con el ritmo calmoso de la formación académica y profesional que se recibe en las instituciones de educación superior. Unas cuantas décadas atrás solía estar claro que cualquiera que obtuviera un posgrado, como un doctorado, aseguraría un salario ciertamente alto con amplias perspectivas para asumir puestos de gestión.
Hoy en día esto es algo de lo cual ya no se puede estar tan seguro. De modo que, es inevitable la pregunta de si un título o incluso un doctorado aún vale la pena cuando tiene más sentido comenzar la vida profesional lo antes posible y abrirse camino hacia un prometedor campo laboral cuyo lema bien podría ser “se aprende haciendo”.
La respuesta a esta cuestión está condicionada por un para qué. Los beneficios de estudiar una maestría, sea de profundización o de investigación, o un doctorado dependen en gran medida de la claridad que se tenga respecto a la finalidad específica que esta formación brinda (aquí o en cualquier parte del mundo); no todos los sectores empresariales se benefician de igual forma de una formación posgradual de este tipo en su equipo de trabajo.
Ella no trae, tampoco, las mismas ventajas para todas las profesiones, ni viene a garantizar, al final, un ascenso jerárquico automático. De modo que, entonces, hay que tener cuenta estos factores para tomar una decisión: conocer las dinámicas de los sectores (social, financiero, industrial o empresarial) en los que se desea desenvolverse, precisar las dinámicas que rigen el área de especialización; y, no menos importante, identificar los futuros empleadores y las competencias requeridas. Reparar en estos criterios evitará que muchos profesionales den con un techo de cristal que les impida un mayor avance en sus aspiraciones.
Estas recomendaciones no son insustanciales si tenemos en cuenta, por ejemplo, que frente a la pregunta “¿qué nivel de formación considera era el más apropiado para la actividad o trabajo que desempeñaba?, realizada hace unos años por el Observatorio Laboral para la Educación del Ministerio de Educación Nacional, tanto los graduados en los niveles técnico, tecnológico y universitario, un 67% de la población encuestada, respondió que debería ser una formación académica universitaria.
El lugar privilegiado de las especializaciones universitarias en Colombia
Si nos fijamos en el caso de las especializaciones universitarias (distinguiéndolas de otro tipo de especializaciones como las médico quirúrgicas, tecnológicas o técnicas) sucede en Colombia un particular fenómeno que llama la atención; y es que ellas, que parecen a primera vista estar en un orden jerárquico inferior a las maestrías o a los doctorados y que no gozan de mayor relevancia en la formación académica a nivel latinoamericano e incluso mundial, atraen a cerca del 56% de los profesionales que deciden hacer un posgrado. ¿Cuál es la razón de esto?
Hay muchas razones posibles que pueden llegar a explicar este caso, entre estas saltan a la vista el costo y el tiempo de formación. No hay duda de que estas son ventajas que pueden llevar a que las especializaciones se posesionen de forma prolífica, pues permiten obtener una certificación en programas académicos en instituciones de educación superior que gozan de cierta reputación en el área elegida; además, teniendo en cuenta su estructura de profundización teórico-práctica en campos específicos con una duración no mayor a un año, se articulan de una manera más favorable con los requerimientos de cualificación profesional que reclaman los sectores empresariales.
Junto a esos motivos aparece otro, menos obvio en nuestro contexto local pero acuciante en el panorama de países desarrollados y en vías de desarrollo, y es la importancia de establecer modelos de cooperación entre la empresa y la academia, entre los que resalta la dinámica de la formación dual: que integra los procesos de enseñanza y aprendizaje a través de un vínculo permanente entre Universidad –empresa, que favorece el desarrollo de estrategias pedagógicas y didácticas , con acompañamiento de expertos temáticos, que favorece la práctica del ejercicio profesional, perfecto para muchos egresados de pregrado.
Lo cierto es que este modelo en sus múltiples variantes que integran desde el aprendizaje de un oficio, las cualificaciones técnicas y tecnológicas, hasta la sinergia entre los más altos niveles de posgrados con el sector empresarial, aún no cuentan con la fuerza y la estructura necesarias para presentarse como una opción ampliamente efectiva en el país.
Seguramente, la formación dual, como la formación terciaria, termine por implementarse efectivamente en su disposición por vincular estrechamente la práctica y la teoría que brinda a los estudiantes, la oportunidad de adquirir una valiosa experiencia práctica en el mundo profesional mientras estudian en una universidad. Pero mientras esto se dé, son las especializaciones universitarias, la posibilidad más efectiva de establecer una fructífera relación y sano equilibrio entre las necesidades del desarrollo empresarial y los fines más amplios de la formación académica.
Como conclusión
Sí, estudiar una especialización universitaria en Colombia vale la pena tanto a nivel personal como por sus beneficios y ventajas en las posibilidades de mejora en la escala laboral y beneficios profesionales; así como desde la perspectiva empresarial, ya que le permite estrechar lazos con instituciones de educación superior y formar talento humano acorde a sus necesidades; y si bien, estas instituciones de educación superior, asumen que los objetivos que persiguen las especializaciones no se encaminan en el fomento de la investigación u otro tipo de producción académica más propia de los otros niveles de formación posgradual, siguen privilegiando la creación y renovación de las especializaciones como aporte indispensable a una trasformación que favorezca el desarrollo del país.