Por: David Perez-Reyna
El gobierno entrante va a tener que hacer una reforma tributaria, y el equipo del presidente electo ha empezado a dar detalles sobre en qué consistiría. Aunque los cambios deben ser graduales, puede ser un buen momento para discutir cambios de fondo. Artículos académicos recientes pueden dar luces sobre herramientas que se deben tener en cuenta, sobre todo relacionadas con impuestos sobre el capital. En particular, hay razones que justifican que haya impuestos sobre capital, pero probablemente a tasas menores que las actuales, e impuestos sobre el nivel de capital pueden tener beneficios sobre impuestos sobre los rendimientos de capital.
Antes de entrar en materia, es bueno caer en cuenta de que todos los impuestos generan distorsiones. Un impuesto a una actividad genera desincentivos a que esa actividad se efectúe. Por lo tanto, es importante tener en cuenta el efecto de estas distorsiones para argumentar sobre qué impuestos se deben considerar. En muchos casos lo ideal es fijar impuestos cuyos efectos negativos sean lo mínimo posible; en otros, las distorsiones generadas por los impuestos pueden ayudar.
Dyrda y Pedroni (2022) plantean un modelo para analizar cómo debería ser la estructura tributaria óptima cuando una autoridad económica debe escoger entre impuestos al trabajo o al capital. Algo interesante en el modelo que plantean es que lo óptimo es tener impuestos sobre el ingreso laboral, porque, si ese recaudo tributario se usa para hacer transferencias a hogares de bajos ingresos, estos impuestos desincentivan que hogares poco productivos trabajen, y puedan disfrutar las transferencias, generando un mejor uso de los recursos de la economía. En ese sentido, usar impuestos para hacer redistribución es complementario a la eficiencia: cobrando impuestos y haciendo transferencias la economía está mejor. Adicionalmente, tener impuestos sobre el capital permite que las autoridades económicas puedan proveer aseguramiento a los hogares sobre situaciones en las que tendrían bajos ingresos.
Con respecto a cómo cobrar los impuestos sobre el capital, Guvenen et al (2019) y Guvenen et al (2022) argumentan que cobrar un impuesto a la riqueza puede ser mejor que un impuesto a los rendimientos de capital, porque incentiva a que la riqueza se invierta mejor. En particular, no castiga a inversionistas productivos. Eso puede aumentar la productividad y disminuir la desigualdad de consumo. En los modelos hay ganancias en bienestar de pasar de impuestos al rendimiento del capital a impuestos sobre la riqueza, debido a una mejora en el uso de la riqueza.
Consistente con esto, Cuñat et al (2022) justifican que cuando hay una economía abierta puede haber beneficios netos de disminuir los impuestos al retorno al capital. Una caída en estos impuestos aumenta el retorno neto al capital, que causa incentivos para que haya mayor acumulación. Pero esta mayor acumulación causa una disminución en la productividad marginal del capital, que desincentiva que haya más acumulación. Cuando hay una economía abierta, la mayor acumulación de capital se da en sectores que son intensivos al capital, y por lo tanto el incentivo a acumular capital no disminuye.
Como todos los modelos teóricos son, por definición, abstracciones de la realidad, es bueno cuestionarse hasta qué punto los resultados son válidos para una economía como la colombiana, sobre todo cuando la apuesta del Marco Fiscal de Mediano Plazo de 2022 es a que el financiamiento del déficit de cuenta corriente sea mayoritariamente con inversión extranjera directa. No obstante, una ventaja de un modelo teórico es que permite analizar contrafactuales y por eso no se debería descartar lo que se puede aprender de ellos.