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Aprender sobre lo conocido: lecciones esenciales de la evolución

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Categoría: Opinión
Aleck-Santamaria--16-de-marzo

Por: Aleck Santamaría De La Cruz

La humanidad, desde el dominio -para bien y para mal- del Homo Sapiens, se construye desde el conocimiento. Del existente, y de romper el statu quo con la innovación, con nuevas aplicaciones y con nuevos desafíos.

Con respeto y primero con un mensaje solidario hacia las víctimas y sus familias, este año se cumplen algunos aniversarios, por una aparente y tremenda capacidad del destino de alinear acontecimientos: 35 años del Challenger, 10 de Fukushima, 1 de la pandemia por Coronavirus y, en unos meses, 20 años del 11 de Septiembre. Todos son eventos dramáticos en la historia de la humanidad, todos con pérdidas de vidas humanas y con mucho dolor.

Pero en estas líneas quiero detenerme sobre los aspectos comunes de tales acontecimientos, para ponerlos -de alguna manera- en perspectiva. Damos por sentado, por ejemplo, la seguridad de la industria aeronáutica, pero hay que recordar que es una industria que es un ejemplo de aprendizaje, de cada error, de cada siniestro, de cada catástrofe aérea, incluyendo acciones concretas en el diseño (por ejemplo la forma de las ventanas, diseñadas inicialmente con vértices rectos y luego redondeados, a partir del colapso estructural en pleno vuelo de los Haviland Comet a mediados de  los años 50 del siglo pasado), del mantenimiento (con procedimientos estandarizados) o de la operación (con la certificación de pilotos en simulador).

Para quienes crecimos con la confiabilidad, es un bonito ejemplo de que deben salir muchas cosas bien para no tener fallas: diseñar bien, construir bien, operar bien, mantener bien. Cualquier combinación en donde algo de lo anterior se haga “no tan bien”, genera riesgos, problemas y -eventualmente- catástrofes. En perspectiva: con las tasas de accidentalidad que se tenían en el sector aeronáutico por millón de pasajeros o por horas de vuelo de los años 60 o 70 del siglo pasado, con el nivel de vuelo de antes de la pandemia se tendrían varios accidentes con pérdidas humanas al día. Eso es aprender con responsabilidad.

Cualquier sistema complejo depende de los humanos, por eso no creo en los universos tipo Terminator que se derivan de las aplicaciones de la Inteligencia Artificial. Pero una buena integración hombre-máquina-sistemas cibernéticos, dinámico y que aprende en todo el proceso de los errores, orienta un mejor desempeño más confiable y más seguro -menos incidentes que afecten las personas, el ambiente o los activos-.

Un buen ejemplo de confiabilidad de un sistema complejo es todo lo que tiene que pasar para que usted -apreciado lector- lea estas líneas en su computador o en su teléfono inteligente: debe haber energía eléctrica, desde la generación, la transmisión, la distribución, la batería de su dispositivo debe funcionar, debe operar correctamente la red de su casa o de su operador móvil, deben funcionar además servidores, almacenamiento en la nube y no menos importante: sus funciones vitales que están presentes para capturar el mensaje, procesarlo y darse cuenta de este guion a mitad del párrafo -es decir, todo lo que hace posible que este mensaje llegue a su conciencia debe funcionar correctamente-.

Si algo falla, digamos la comunicación, no sería posible tener este mensaje en su retina, no digamos a nivel cognitivo posteriormente. Damos por sentado que los sistemas no fallan, cuando es extremadamente difícil lograrlo. Un ejemplo didáctico: 100 monos en frente de un piano por más que intenten aleatoriamente no lograrían en un tiempo razonable llegar a alguna de las variaciones Goldberg compuestas por J.S. Bach. Da una idea del nivel de complejidad el  lograr que las cosas salgan bien.

¿Qué tienen en común Challenger, Fukushima, la crisis de Coronavirus y el atentado del 11 de septiembre? Una forma breve de verlo es que algunas cosas dentro de los procesos físicos, algo así como las barreras que impedían que sucedieran, fallaron.

Recomiendo la lectura de los informes oficiales de los desastres del Challenger, de Fukushima y del 9-11. Están disponibles. Se puede pensar que son escritos desde la ingeniería, con descripciones detalladas de fenómenos de falla. Pero no, en mi opinión son informes que son referentes de los análisis organizacionales, de la forma en que se toman las decisiones y de los procesos humanos.

Estas investigaciones dejan recomendaciones sobre cómo se debía actuar en adelante: cómo desarrollar esquemas de coordinación entre áreas, mejorar esquemas de comunicación, mejorar las estructuras y habilidades de liderazgo -los tres informes coinciden en escuchar más, y promover esquemas que garanticen la integridad de quien disiente con propósito y con argumentos-. Ya tendremos la oportunidad de leer el informe oficial que se genere de SARS-COV-2, la Organización Mundial de la Salud lo debería publicar una vez termine la investigación de la comisión designada para ello.

Los estados, organizaciones y personas no somos ajenos a un proceso permanente de construcción, deconstrucción y aprendizaje. Uno de los aprendizajes que como sociedad nos debería quedar de la pandemia, sería el de hacer esfuerzos en ciencia y tecnología, en la capacidad de producir vacunas, el anteponer los sistemas de valores a la prevención y el darle real valor a un conjunto de profesiones relevantes: médicos, profesionales de la salud, profesores, enfermeros, personal de limpieza. Como organizaciones, hay mucho por aprender y aportar.

Como personas, siempre se aprende. Mejor, siempre se debería aprender. El error es fuente de aprendizaje, pero no es la única o la más relevante: no se puede dejar el aprendizaje a la deriva. Las fuentes de aprendizaje son además del error, la observación, la experimentación o sencillamente exponerse. Antes de ser ejecutada, cualquier decisión es por igual buena o mala, solo ejecutando es posible ver el resultado. Ejecutar con disciplina -y con propósito- es importante para aprender, para crecer y para evolucionar. Los que en nuestra niñez estuvimos expuestos a algún deporte competitivo, en mi caso el Ajedrez, podemos reconocer en el análisis posterior, aún ganando, lo que hizo o pudo hacer la diferencia como parte esencial de la evolución. Eso es aprender.

En nuestra sociedad -y cultura- el análisis del error está estigmatizado, y casi que se omite esta parte de la historia, se utiliza con fines políticos o como sicariato reputacional. Hay grandes oportunidades de aprender como sociedad, estados, empresas y personas, pero hay una valoración del éxito relativo.

Hay iniciativas exitosas que esconden un sinnúmero de errores, y es por esto que el análisis permanente de qué salió bien, qué salió mal y qué pudimos hacer diferente es una fuente de aprendizaje, eliminando con ello la soberbia organizacional que llevó a los desastres de Challenger o del 9-11, o que pudo evitar o mitigar Fukushima o eventualmente controlar o anticipar el Covid-19. En este último caso solo la historia lo dirá. Y cuando lo analicemos, aprenderemos. Y eso sería una buena síntesis de lo que implica aprender a aprender.

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