Colombia enfrenta un momento crucial en su desarrollo económico y político. Con un crecimiento proyectado del 2,6 % para 2025, el país avanza en medio de reformas estructurales, incertidumbre política y desafíos en sectores estratégicos como el consumo masivo, la salud y la energía.
Es recurrente notar la creciente fragmentación política y la falta de un liderazgo claro de cara a las elecciones de 2026. El debate electoral, marcado por la polarización y la desconfianza, define un panorama incierto para el futuro del país. Las reformas del Gobierno han encontrado resistencia, lo que ha ralentizado su implementación y generado tensión en la inversión y el crecimiento empresarial.
El sector privado, sin embargo, ha ganado apoyo en la opinión pública, en contraste con la narrativa gubernamental que ha migrado hacia una postura más confrontacional. Este fenómeno resalta el papel de las empresas no solo como motores de la economía, sino también como actores fundamentales en la estabilidad social. La apuesta por la sostenibilidad (ESG) sigue siendo una prioridad, a pesar de los desafíos globales y la incertidumbre regulatoria.
En términos de consumo, las tendencias reflejan un cambio en la demanda hacia productos más saludables y sostenibles, lo que impone desafíos y oportunidades a las empresas. La implementación de impuestos saludables ha generado debate, afectando tanto a la industria como a los consumidores.
A pesar de la incertidumbre, Colombia también se encuentra en una senda de reactivación. La clave para aprovechar esta oportunidad radica en la capacidad del país para adaptarse a las nuevas realidades del mercado global, fortalecer su estabilidad institucional y generar confianza en inversionistas y ciudadanos.
Pero más allá de los indicadores económicos y las disputas políticas, 2025 debe ser el año en el que asumamos un rol más activo como ciudadanos. No podemos seguir dejando nuestro destino en manos de la improvisación o del miedo. Es el momento de elegir con conciencia, de cuestionarnos qué país queremos construir y qué valores queremos que nos definan.
Necesitamos un liderazgo colectivo que no solo responda a intereses particulares, sino que piense en el bienestar común. Colombia solo podrá salir adelante si nos comprometemos, desde cada uno de nuestros roles, a ser solidarios, responsables y conscientes de las decisiones que tomamos. La política no puede seguir siendo un juego de bandos irreconciliables; debe ser el espacio donde, con sentido de pertenencia, definamos un rumbo con propósito.
El 2025 será un año de definiciones. ¿Podrá Colombia equilibrar las tensiones políticas y económicas para asegurar un crecimiento sostenido? La respuesta dependerá de la capacidad de todos los actores –gobierno, sector privado y sociedad civil– para trabajar en conjunto en la construcción de un futuro más estable y próspero. Pero, sobre todo, dependerá de nuestra capacidad como ciudadanos para exigir, construir y comprometernos con un país que tenga sentido.