Por: Nathalie Michelou, Estratega Senior de Comunicación Estratégica.
Crecer duele un poco. No el dolor dramático de las películas, sino esa molestia sorda de quien se estira más allá de lo conocido. Una tensión que avisa: estás a punto de aprender algo.
Con los años he descubierto que mi mejor brújula es física: me pica la silla. Literal. Cuando una tarea deja de darme un poco de susto, cuando domino tanto el terreno que puedo recorrerlo con los ojos cerrados, algo en mi cuerpo protesta. Es la señal de que toca moverse. Buscar esa conversación que no sé cómo terminar, ese proyecto que me obliga a llamar a alguien y decir «no tengo idea, ¿me explicas?», esa estrategia que me exige estudiar de nuevo.
No es masoquismo. Es que el miedo y la emoción viven en la misma dirección. Cuando eliminamos del todo el primero, también se va la segunda. Y lo que queda es un piloto automático eficiente, pero vacío.
La zona de confort tiene mala prensa, pero no es mala en sí misma. Es el lugar donde consolidamos lo aprendido, donde respiramos después del esfuerzo. El problema es confundirla con destino final. Quedarse ahí es como celebrar que aprendiste a caminar… y nunca más intentar correr, bailar o trepar.
Incomodarse no es sufrir ni buscar el fracaso por deporte. Es elegir el lugar donde la curiosidad pesa más que el miedo. Donde el propósito —eso para lo cual estamos aquí— empuja más fuerte que la inercia del «siempre lo he hecho así». Es asumir responsabilidades nuevas no porque nos obliguen, sino porque intuimos que ahí hay una versión nuestra que todavía no conocemos.
Y esto no aplica solo a lo individual. Las culturas más sanas —las familias, los equipos, las organizaciones que realmente elevan a las personas— son aquellas que permiten y celebran ese movimiento. Que no castigan el error honesto, que no confunden lealtad con inmovilidad, que entienden que crecer hacia afuera empieza por crecer hacia adentro.
Porque al final, incomodarnos es el primer gesto de los cambios que valen la pena. Es decirle a la vida: «estoy listo para la siguiente versión». Y la vida, generosa, siempre responde.
Así que la pregunta no es si vale la pena incomodarse. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más vas a permanecer en una silla que ya te queda chica?
¿Cuál ha sido ese momento reciente en el que decidiste incomodarte para crecer?