La inclusión laboral de personas con discapacidad vuelve a estar en el centro del debate. Con la discusión de la reforma laboral en el Congreso y los llamados recientes del Ministerio de Trabajo, las compañías enfrentan el reto de pasar del cumplimiento legal a la implementación de políticas efectivas y medibles.
Según datos del DANE para el trimestre abril-junio de 2025, la tasa global de participación de la población con discapacidad fue de apenas 21,3%, frente al 66,2% de la población sin discapacidad; y la tasa de ocupación para personas con discapacidad fue 19,5%, en contraste con el 60,4% para quienes no tienen discapacidad.
Alejandro Arévalo, cofundador de T-Mapp, consultora especializada en Headhunting, explica que la clave está en trascender el “checklist”. “Contratar por cumplir la ley sin acompañamiento real genera frustración y rotación. La inclusión debe entenderse como inversión: formación, accesibilidad y desarrollo profesional son lo que realmente generan valor para la empresa y para la persona”, señala.
Este reto lo confirma la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que advierte que la falta de ajustes razonables en el entorno laboral es una de las principales barreras para la permanencia en el empleo. De hecho, la OIT ha documentado que programas de inclusión con acompañamiento técnico reducen la rotación hasta en 30% y aumentan la satisfacción laboral en más de 20%. Esto refuerza la visión del cofundador de T-Mapp: no se trata de abrir vacantes, sino de generar condiciones para que esas contrataciones sean sostenibles.
Arévalo añade que las métricas son determinantes: “Hoy podemos medir el impacto de la inclusión en términos de productividad, retención y clima organizacional. Las compañías que lo hacen no solo cumplen la norma, sino que mejoran su competitividad y construyen rentabilidad social”. Un estudio de Accenture en 2018 (“Getting to Equal”), encontró que las empresas con prácticas inclusivas de discapacidad reportaron 1,6 veces más ingresos y el doble de ganancias netas que sus pares. Estos indicadores muestran cómo la inclusión deja de ser un asunto de responsabilidad social para convertirse en una ventaja competitiva.
Tres pasos para empezar ya
Para que las empresas no se queden en el “deber ser” y avancen hacia acciones concretas, Scouty, plataforma especializada en la ubicación laboral de personas con discapacidad, comparte tres claves inmediatas:
- Diagnóstico de accesibilidad: evaluar barreras físicas, tecnológicas y culturales en el entorno laboral.
- Capacitación interna: sensibilizar a líderes y equipos para garantizar que la inclusión se viva en la práctica diaria.
- Medición de impacto: establecer indicadores claros como retención, productividad y satisfacción de los colaboradores.
“La inclusión no es un gasto adicional, es una estrategia de sostenibilidad empresarial. Las compañías que empiecen hoy estarán mejor preparadas para la regulación y, sobre todo, para competir en un mercado laboral cada vez más exigente”, concluye Arévalo.