- La muestra más importante de artesanía en la región es un ejemplo continuo como la preservación de las artes y oficios en Colombia son una columna vertebral de nuestra historia y nuestras tradiciones.
- Más de 1000 expositores están presentes en Expoartesanías, feria organizada por Artesanías de Colombia y Corferias
La 35ª edición de Expoartesanías, organizada por Artesanías de Colombia y Corferias y que estará abierta al público hasta el próximo 18 de diciembre es, sin lugar a duda, el punto en el que convergen una infinidad de historias que trascienden el tiempo, y en las que el común denominador es la herencia de un oficio y la preservación de una tradición.
Desde los clásicos sombreros aguadeños hasta los ya clásicos tejidos provenientes de Otavalo, en el Ecuador, pasando por la confección de accesorios e implementos con la palma de iraca, o la confección de pelotas de fútbol cosidas a mano, aquí se rescata el traspaso de esos oficios que, en definitiva, son formadores de país y de cultura.
En la feria son muchísimos los casos en los que se reitera esta fórmula, el invaluable trabajo de quienes han recibido conocimientos de sus mayores, perpetuando tradiciones que son pilares, además, de la economía y la evolución de sus familias, sus comunidades y sus regiones.
Piezas únicas e irrepetibles
Rubí Rincón Ocampo representa a Sombreros Don Samuel, una empresa familiar de Aguadas, Caldas, que inició sus labores en la confección de los tradicionales sombreros que cuentan con una denominación de origen inequívoca desde 1958: los sombreros aguadeños.
“Este es el oficio de la tejeduría con fibra natural de palma de iraca, que ha pasado del bisabuelo al bisnieto”, cuenta Rubí Rincón, quien explica que la empresa se ha esmerado a lo largo del tiempo por mejorar los acabados y crear nuevos estilos a partir del clásico modelo «gomelino», el mismo que puede convertirse con solo un doblez del ala en un accesorio de estilo tanguero o “porteño”, o simplemente, en una protección eficaz contra los rayos del sol.
En esta línea, según el representante de la marca, “cada tejedora que trabaja con nosotros tiene una forma única y personal de tejer estas piezas. Si alguien le pidiera a alguna de ellas que haga una réplica idéntica de uno de sus sombreros, esto es prácticamente imposible, ya que no hay un sombrero que pueda ser idéntico a otro: cada uno tiene un matiz, un punto, una forma de tejido, que los convierte en únicos”, explica el representante de la empresa.
Como una reserva de tradición, esta empresa radicada actualmente en Manizales mantiene un grupo de tejedoras mayores, pero que ha transmitido la tradición de la tejeduría de madres a hijas y nietas por más de seis generaciones.
Hilados ancestrales que viajan por el mundo
Desde Ecuador, Juan Carlos Cachimuela, miembro de la etnia kichwa de Otavalo, relata que su trabajo de hilados y confecciones hace parte de una herencia ancestral que sus abuelos les transmitieron a sus padres, y estos a los miembros de su generación.
“Así ha sido desde siempre”, sonríe el artesano, para contar que el enfoque de su pueblo se centra en hacer que las prendas mejoren en las técnicas y colores que se emplean para su confección.
“Y esto se hace siempre a partir del uso de elementos naturales: lana de alpaca mezclada con lana de ovejo y tintes extraídos de frutas y plantas, cocinados y mezclados para garantizar su durabilidad, para que no se destiñan al lavarlos”, explica.
Pero Juan Carlos revela otra enseñanza que sus mayores les transmitieron desde niños y que explica por qué estos coloridos tejidos otavaleños se encuentran, prácticamente, en cualquier lugar del mundo: “Es un mandato de los abuelos, que nos inculcaron que la tradición de nuestra cultura nos manda a viajar por el mundo para mostrar dos cosas: nuestras artesanías y nuestra música folclórica andina”, cuenta Juan Carlos, también músico e intérprete de los instrumentos de viento de su cultura, como la quena y la zampoña.
El tejido sanador
La historia de Cindy Vallecilla Romero, tejedora de Usiacurí, municipio del Atlántico, tiene mucho de auto superación, ya que, según cuenta, encontró en la palma de iraca su «refugio y «proyecto de vida». Tiene discapacidad desde niña —perdió la movilidad de una de sus piernas, lo que la obliga a movilizarse en muletas—, esta barranquillera aprendió el oficio de la tejeduría con esta fibra natural gracias a la buena voluntad y generosidad de Carmen Romero, la abuelita de su esposo, quien a sus 80 años le transfirió todos sus conocimientos.
“Ella, al verme con todas mis ganas de salir adelante, me entregó todo su conocimiento y lo que hice fue evolucionar a partir de ese saber”, cuenta Cindy, que relata que su mentora proviene del municipio más pequeño del Atlántico y de la etnia Mocanas.
Cindy ha mejorado las técnicas y el diseño de los productos, y ahora teje bolsos y accesorios, objetos para el hogar (individuales, bandejas) y está incursionando en una línea masculina, con morrales, correas y billeteras. “Ha sido tal el éxito que, con mis productos y el uso estratégico de las redes sociales, ha llegado con mis productos a exportar a destinos tan lejanos como Singapur y Australia” añadió.
Desde la vieja escuela del balón
El municipio boyacense de Monguí ha ganado fama nacional e internacional por una actividad algo inusual para estas latitudes: la habilidad de sus habitantes para fabricar balones de fútbol llegó hasta ese rincón en el mapa de Colombia.
“Mi tío aprendió en Brasil, cerca de la frontera, cómo se cosían las famosas pelotas de tiento, como se llamaban por ese entonces, y que eran unos balones que se cosían casco por casco, a mano”, explica Édgar Ladino, miembro de la tercera generación de Balones Ladino.
“Mi tío volvió en 1934 y se dio a la tarea de crear las herramientas y enseñar a coser el balón a 12 personas. Les decían los doce apóstoles”, cuenta don Édgar, que sabe que, aunque el balón cosido quedó rezagado por el vulcanizado, en la actualidad, la marca elabora los dos tipos de pelotas, siendo maquila de importantes marcas internacionales, pero conservando el de la vieja pelota de tiento.
Sobre esto, Ladino resaltó que “se trata de mantener la tradición y también de actualizarse, produciendo balones para fútbol, microfútbol y baloncesto. En Monguí hoy hay más de 35 talleres, que producen los mejores balones de Latinoamérica, incluso los que se hacen en Argentina o Brasil, y que conservan viva esta actividad, que fue el sustento de más de mil familias en la época de oro, en los años 70”.
Estas historias de persistencia, herencia y adaptación demuestran la vitalidad de los oficios artesanales en Colombia y que muestran por qué Expoartesanías, en su 35ª edición, celebra y promueve este legado que se teje, se cose y se moldea a mano, invitando a los visitantes a descubrir los procesos que dan vida a estas obras de arte.