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El papel de los humanos en un mundo de super IA

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Categoría: Análisis
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Ante el exponencial crecimiento que han tenido las tecnologías de inteligencia artificial (IA), resulta pertinente preguntarse ¿qué labor tendrían los humanos en un mundo de super-IA? Esta es el tema sobre el que gira un artículo publicado reciente por The Economist, el cual da una visión respecto al rápido progreso en la inteligencia artificial generativa.

Hace unas semanas, los fundadores de Openai (Chatgpt) aseguraron que «es concebible que, dentro de los próximos diez años, los sistemas de inteligencia artificial superen el nivel de habilidad de los expertos en la mayoría de los dominios y lleven a cabo tanta actividad productiva como una de las corporaciones más grandes de la actualidad».

En esta misma línea se pronunció Metaculus, una plataforma de predicción que es una de las favoritas de muchos expertos en tecnología, quienes sostienen que, una inteligencia artificial capaz de engañar a los humanos para que piensen que chatean con un humano después de una conversación de dos horas, y que pueda pasar varias otras pruebas cognitivas desafiantes, pueden estar perfectamente consolidadas a principios de la década de 2030. Esto em parte gracias a que hay una gran cantidad de dinero para la investigación. Solo este año ya se han acuñado cinco nuevos unicornios de IA generativa (startups valorados en US$ 1.000 millones o más).

Sin embargo, a pesar de los grandes avances, el camino hacia un IA general, uno mejor que lo mejor de la humanidad en todo, podría llevar más tiempo de lo esperado. La creciente posibilidad de una IA ultra poderosa plantea la pregunta de qué les quedará a los humanos cuando llegue. The Economist expone un experimento mental, guiado por los principios de la economía, para proporcionar una respuesta.

IA y crecimiento económico

En 2019, los investigadores Philippe Aghion, Ben Jones y Chad Jones, modelaron el impacto de la IA en la economía. Descubrieron que el crecimiento económico explosivo era plausible si la IA pudiera usarse para automatizar toda la producción, incluido el proceso de investigación en sí mismo, y así mejorarse a sí mismo. Un número casi ilimitado de IA podría trabajar en conjunto en cualquier problema dado, abriendo vastas posibilidades científicas.

Sin embargo, su modelado conllevaba una importante salvedad. Si la IA automatizara la mayor parte, pero no toda, la producción, o la mayor parte, pero no todo, del proceso de investigación, el crecimiento no despegaría. Como dicen los autores “el crecimiento económico puede verse limitado no por lo que hacemos bien, sino por lo que es esencial y, sin embargo, difícil de mejorar”.

Una idea propuesta por el economista William Baumol, ofrece una explicación para esto. En un artículo publicado en 1965, él y su colega William Bowen examinaron los salarios en las artes escénicas. Señalaron que «la producción por hora-hombre del violinista que toca en una sala de conciertos estándar es relativamente fija». Incluso cuando el progreso tecnológico hizo que otras industrias fueran más productivas, las artes escénicas no se vieron afectadas.

Debido a que los seres humanos todavía estaban dispuestos a gastar en las artes, incluso cuando los precios subieron (la demanda era «inelástica»), las artes absorbieron una mayor parte del producto interno bruto (PIB) y, por lo tanto, influyeron en el crecimiento general.

El ejemplo de Baumol apunta a un principio más amplio. Si los dominios que la IA puede automatizar por completo son solo sustitutos imperfectos de aquellos que no puede, y la demanda de industrias no automatizables es difícil de modificar, entonces los sectores improductivos crecerán como parte del PIB, lo que reducirá el crecimiento general.

Aghion, Jones y Jones señalan que, de hecho, esto es lo que sucedió durante gran parte del siglo pasado. La tecnología ha automatizado sectores de la agricultura y la manufactura, reduciendo el precio relativo de sus productos. Como resultado, las personas han gastado una mayor parte de sus ingresos en industrias como la educación, la atención de la salud y la recreación, las cuales no han experimentado los mismos aumentos de productividad.

Otro punto para resaltar es que, gran parte de la economía, incluidas la construcción y la fabricación, es decididamente física. Hay gran cantidad de formas de empleo, incluidas muchas en el cuidado de la salud, que requieren una combinación de inteligencia y capacidad para atravesar el mundo físico. Estos trabajos solo aumentarían en importancia en un escenario donde IA comenzara a dominar el trabajo cognitivo. Los humanos trabajarían en el mundo físico, tal vez bajo la guía de «jefes ejecutivos» o «profesores» de AI.

Surge entonces la pregunta de ¿y si la IA ultra potente también desarrolla robots super humanoides? Es casi seguro que las necesidades materiales serían satisfechas por manos de máquinas. Entonces uno podría esperar que la humanidad renuncie al trabajo duro. De hecho, en 1930 John Maynard Keynes, escribió un ensayo titulado “Posibilidades económicas para nuestros nietos”, en el que especulaba que dentro de un siglo la gente trabajaría menos de 15 horas a la semana.

Pronosticó también que el crecimiento generado por la tecnología resolvería el “problema económico”, y permitiría a la gente dirigir su atención a actividades que son intrínsecamente placenteras. Es cierto que la semana laboral de 15 horas de Keynes no ha llegado, pero los niveles más altos de riqueza, que reducen el beneficio de trabajar una hora adicional, han reducido las horas de trabajo. El número promedio de horas trabajadas a la semana en el mundo rico ha caído de alrededor de 60 a fines del siglo XX a menos de 40 en la actualidad.

Sin embargo, resalta The Economist, hay algunos deseos que tal vez solo los humanos puedan satisfacer, incluso en un mundo de IA artificial sobrealimentada. También vale la pena señalar que lo que es intrínsecamente placentero puede incluir el trabajo. Es posible considerar tres áreas en las que los humanos aún pueden tener un papel: el trabajo que se confunde con el juego, el juego en sí mismo y el trabajo en el que los humanos conservan algún tipo de ventaja.

Necesidades relativas, juegos y prima humana

Aunque las horas de trabajo han disminuido durante el siglo pasado, la mayor parte de la caída se produjo antes de la década de 1980. Cada vez más, las personas ricas trabajan durante más tiempo que las personas más pobres. Los postulados de Keynes insinúan una explicación para este extraño desarrollo.

El economista dividió los deseos humanos en dos: “aquellas necesidades que son absolutas en el sentido de que las sentimos cualquiera que sea la situación de nuestros semejantes, y aquellas que son relativas en el sentido de que las sentimos sólo si su satisfacción nos eleva o nos hace sentir superiores a nuestros semejantes.” Keynes quizás subestimó el tamaño de esta segunda clase de necesidades.

Incluso se podría sugerir que disciplinas académicas enteras caen en esta clase: existen sin ningún valor aparente para el mundo, y los académicos, sin embargo, compiten furiosamente por el estatus en función de su inteligencia. En lenguaje de economistas se podría decir que, para muchos, el trabajo se ha convertido en un “bien de consumo”, que ofrece mucha más utilidad que los ingresos que genera.

Los juegos ofrecen otra pista de por qué las personas no pueden dejar de trabajar por completo. Millones de personas están empleadas en entretenimiento y deportes, compitiendo por influencia en actividades que algunos consideran irrelevantes. Tal vez cuando las IA superen a los humanos, el interés por ver tales juegos disminuirá. Pero la evidencia de los deportes en los que los humanos ya son de segunda clase sugiere lo contrario.

Desde que DeepBlue de IBM derrotó a Garry Kasparov (gran maestro mundial en ajedrez en 1997), el interés en el juego no ha disminuido. Otros juegos que han sido “resueltos” por IA, incluido Go, un antiguo juego de mesa chino, así como modernos videojuegos competitivos, han sido testigos de un patrón similar. En todo el mundo, el número de jugadores de videojuegos casi se ha duplicado en la última década, alcanzando los 3.200 millones el año pasado. Hoy en día, una clase creciente de jugadores compite o transmite para ganarse la vida.

También sobresale el hecho de que la IA podría potenciar este interés. Como especula Banks, los humanos podrían especializarse en “las cosas que realmente le importan en la vida, como el deporte, los juegos, el romance, estudiar lenguas, sociedades antiguas, problemas imposibles”, entre otros.

Además, parece poco probable que los humanos cedan el control de la política a los robots. Una vez que la IA supere a los humanos, la gente presumiblemente le prestará aún más atención. Algunas tareas políticas podrían delegarse: los humanos podrían, por ejemplo, poner sus preferencias en un modelo de IA que produzca propuestas sobre cómo equilibrarlas.

También habría consideraciones más cínicas en juego. A los humanos les gusta tener influencia unos sobre otros. Eso sería cierto incluso en un mundo en el que las máquinas satisfacen las necesidades y los deseos básicos de todos. De hecho, el 1 % más rico de los estadounidenses participa políticamente a una tasa de dos a tres veces mayor que la del público en general en una variedad de medidas, desde votar hasta el tiempo dedicado a la política.

Por último, se debe considerar las áreas en las que los humanos tienen una ventaja al proporcionar un bien o servicio, que podría ser llamado «prima humana». Esta prima mantendría la demanda de mano de obra incluso en una era de IA super avanzada. Un lugar donde esto podría ser cierto es al hacer pública la información privada. Mientras las personas estén más dispuestas a compartir sus secretos con otras personas que con las máquinas, habrá un papel para aquellos en quienes se confía para revelar esa información al mundo de forma selectiva, listos para que las máquinas la ingieran.

La «prima humana» también podría aparecer en otros lugares. En áreas como el cuidado y la terapia, los humanos obtienen valor de que otros pasen su escaso tiempo con ellos, lo que agrega sentimiento a una interacción. Esta prima también sería la responsable de que, en el futuro, los artículos con la etiqueta «hecho por un humano» podrían ser especialmente deseables y de mayor costo.

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